Creo que todos tenemos más de algún amigo con un tatuaje, es posible incluso que muchos de los que están leyendo
esto poseen uno que otro en su cuerpo, a decir verdad siempre me ha llamado la atención
el entorno artístico de esta práctica, creo que hoy en día esto se ha
popularizado tanto que ha dejado de ser un taboo y ha pasado a convertirse en
algo cotidiano, no es extraño ir por la calle y encontrar a mas de una persona
con uno en su cuerpo, quizás muchos o algunos de nuestros amigos o familiares
poseen uno o varios tatuajes, sin embargo muy pocas personas saben el origen de
esta antigua practica.
Un tatuaje es una
modificación del color de la piel en el que se crea un dibujo, una figura o un
texto con tinta o con algún otro pigmento bajo la epidermis de una persona, la
palabra “tatuaje” deriva de la palabra de origen samoano “tátau” que significa marcas o golpear dos veces, esto
en referencia a la forma tradicional de hacer tatuajes de ese pueblo, antiguamente, al igual que hoy en día, los
motivos para tatuarse suelen variar con respecto a las personas y su ubicación tanto
en el mundo como a nivel social, en culturas como la polinesia el tatuaje era símbolo
de respeto y de jerarquía, y se utilizaba como forma de demostrar la fuerza y
el poder de quien llevaba tal marca en su piel, en otros casos como en Roma y
Grecia, el tatuaje estaba reservado para los criminales y delincuentes como
forma de individualización y estigma social.
Resulta interesante como la tinta se vuelve parte de la piel en la
que se inserta de manera tal que es prácticamente imposible sacarla de ahí una
vez que está dentro, esto me lleva a pensar que aquellos que nos hacemos llamar
“cristianos” haríamos bien al hacernos un tatuaje, pero no en nuestra piel,
sino en nuestro corazón, La Biblia nos dice que las enseñanzas del Señor son tan
importantes que debemos “escribirlas en la tabla de nuestro corazón” esto me
lleva a pensar que así como no podemos quitarnos un tatuaje una vez que este se
estampa en la piel, asimismo la palabra de Dios una vez ha llegado a nuestro corazón
y se ha escrito en el, no con tinta, sino con la sangre derramada en la cruz,
no puede borrarse, es imposible quitarla, ya que se adhiere tan firmemente a
nuestro ser que nos volvemos uno con ella.
Una de las características más importantes del tatuaje es su
durabilidad, pues una vez puesta la tinta en la dermis, y a menos que esta se
elimine por medio de laser, permanecerá en la piel por el resto de la vida de
la persona, incluso en 1991 se encontró una momia neolítica dentro de un
glaciar de los Alpes austro-italianos, de aproximadamente 5,200 años de antigüedad,
con 57 tatuajes en la espalda. Esta momia es conocida como el Hombre del Hielo
o como “Ötzi” y es el cadáver humano con piel más antiguo que se ha encontrado.
Sin embargo hoy en día podemos ver a nuestro alrededor personas que dicen
ser cristianos, que dicen creer en Dios, pero que sin embargo no llevan en su
ser la marca de aquello o de aquel en quien dicen creer, pareciera que la
palabra no se ha estampado permanentemente en sus cuerpos espirituales y en lugar de un tatuaje que le acompañe
durante todas las facetas de su vida hasta el fin de sus días en esta tierra,
es una simple mancha que un poco de jabón se puede borrar, si decimos ser
cristianos debemos tatuarnos a Cristo mismo en nuestros corazones.
No podemos permitirnos una vida en la que Dios sea solamente ese ser
imaginario al que recordamos una vez a la semana cuando vamos a la iglesia, o
como esa fuerza sobrenatural y desconocida a la que se puede acudir cuando todo
va mal, aunque una vez pasado el problema olvidemos completamente, nuestro Dios
debe representar en nosotros un verdadero tatuaje, debe estar de tal manera
impreso en nuestro ser que se haga plenamente imposible sacarle de nuestras
vidas, La Palabra de Dios debe impregnarse de forma tal en nuestros corazones
que en todo lo que hagamos, pensemos, digamos o incluso sintamos, este presente
tan clara y palpablemente como un tatuaje en la piel, nuestro mismo rostro debe
estar tatuado con la gracia y prudencia de nuestro Señor, nuestra mente y
pensamientos deben estar tatuados con la mente de Cristo, encaminada siempre al
bien, en resumen todo nuestro ser debe estar tatuado de Dios; esta marca o
tatuaje de Dios en nosotros debe estar tan arraigado en nuestro ser que nos
acompañe a lo largo de nuestras vidas, que así como sucedió con la Momia de
aquel hombre de hielo, el tatuaje de Dios en nosotros perdure por mucho tiempo,
tanto que incluso mas allá de la muerte nos acompañe para dar testimonio de
una existencia verdaderamente MARCADA
POR DIOS
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