jueves, 21 de marzo de 2013

Sushi...

Hace un par de días salí a comer fuera de casa, he de admitir que en realidad disfruto mucho el conocer nuevos lugares y nuevas comidas, cada sabor, cada preparación, cada presentación, el ambiente, los comensales con sus platicas que se dejan oír cuando las mesas están situadas demasiado cerca, en fin es toda una experiencia; ese día visite un lugar nuevo dispuesto a probar eso llamado “sushi” y es que a pesar que dicho platillo me ha intrigado y llamado la atención desde siempre, nunca lo había probado hasta ese día.

Al llegar al lugar, el cual posee una muy buena reputación entre los amantes del sushi, fui ayudado por mi acompañante para escoger lo que iba a degustar, hasta ahí todo estaba bien, pocos minutos después llegó la comida, aquello se veía interesante, la forma de los rollitos rellenos llama mucho la atención; sin embargo al probarlos no pude soportar su sabor, para mi fue completamente desagradable, hubiese preferido la comida mas insípida del mundo en lugar de aquel extraño sabor, probé un rollito mas del otro plato que había ordenado y que era de otra especialidad y tampoco me gusto, probé con la mostaza, con la salsa de soya, con las hojitas que acompañan los rollos pero nada logro agradarme, para no hacer larga la historia esa noche termine cenando una Coca-Cola y una hamburguesa de $0.99 ctvs de un lugar de comida rápida con la promesa de mi acompañante de no volverme a llevar a dicho lugar.

Lo anterior me llevó a pensar en como lo que a una persona le parece completamente delicioso (lo digo tanto por el testimonio de la persona que estaba a mi lado esa noche como la de muchos amigos mas que recomiendan dichos platos) a otra le pude llegar a no gustar tanto al punto de convertirse quizás en una molestia, sin duda Dios nos hizo a cada uno de una forma muy diferente y especial.

La palabra de Dios nos dice en Romanos 14:13: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano.” Y es que muchas veces (y de esto doy testimonio de haberlo visto y vivido personalmente) lo que a uno de nosotros puede parecer “bueno” y hasta “edificante” para su vida espiritual a otro de nuestros hermanos puede llegar a figurarle una completa blasfemia, algo desprovisto de todo orden y aprobación divina.

No se si ustedes lo han notado pero hoy en día en las iglesias y congregaciones cristianas hay tal diversidad de personas que la conversación al final de las reuniones ya no es lo inspirado del mensaje, sino el peinado del nuevo integrante del grupo musical, la nueva alabanza que parece muy rockera, la corbata demasiado psicodélica del pastor, el vestido demasiado entallado de la servidora, etcétera; si nos detenemos a pensar, esto no es muestra de una verdadera comunión sino más bien de carnalidad, no sólo de aquel que critica sino también de aquel que con su peinado, corbata, vestido o gusto musical propicia la ocasión perfecta para que su hermano murmure contra él.

Cuando comprendemos lo que el apóstol Pablo nos dice en el capitulo 14 del libro de Romanos vemos que esto es un tema que en hoy en día va aún mas allá de la comida e involucra todo tipo de gustos y predilecciones personales, lo trascendental del asusto recae en lo dicho en los versículos 7 y 8: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.” Si reconocemos que nuestra vida entera (inclusive nuestros propios gustos personales en cuanto a ropa, música, comida, etc.) ya no nos pertenece a nosotros mismos sino a Cristo y por consecuencia a nuestros hermanos en virtud del testimonio, podemos concluir que ya no interesa lo que nos agrada a nosotros sino lo que hace bien a los demás; de nada sirve levantar el animo de un hermano con una palabra de aliento o llenar su vida de nuevas esperanzas a través de la predicación cuando lo restante de nuestras vidas les produce tal malestar que llegan a olvidar la consejería o predicación que les damos.

Muchas veces, así como con la comida no es cuestión de lo bueno o malo del plato sino, del gusto del comensal, nuestras pequeñas disputas en las iglesias no obedecen a lo que es o no bíblico, sino a simples gustos personales, es decir a aquello que a nosotros nos parece es “la forma correcta de hacer las cosas”, pero cuando sacrificamos nuestros propios gustos y nos abstenemos de ciertas cosas, no por lo bueno o malo de estas, sino por amor a nuestros hermanos que no las soportan, entonces estamos cumpliendo con la voluntad de nuestro Señor y le imitamos en su sacrificio redentor; la Biblia dice en Filipenses capitulo 2:“ Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”

Si en realidad somos hijos de Dios engendrados en Cristo por su amor y hechos salvos por el sacrificio en la cruz, el negarnos a nosotros mismo se vuelve no una opción sino un mandato divino mediante el cual demostramos nuestro amor hacia Él; alejarnos cada vez mas de nuestro propio “yo” nos llevara siempre un paso mas cerca del carácter de Cristo que tanto anhelamos alcanzar.

0 comentarios:

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More