sábado, 29 de octubre de 2011

Lo bueno de lo malo

Cada persona debe afrontar consecuencias de sus malas acciones que muchas veces son mucho más fuertes que nosotros, de eso no hay ninguna duda. Pero en esos momentos cuando atravesamos serios problemas en ningún momento se nos puede ocurrir que algo bueno viene después de eso, es más, es ahí cuando estamos más cerca de tirar la toalla. El pecado definitivamente nada bueno traerá, pero siempre y cuando estemos dispuestos de corazón a arrepentirnos, Dios está dispuestos a perdonarnos.
Hoy quiero hablar de una triste historia de un gran hombre: el Rey David.
Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén. Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa. Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta.  2 S. 11.5
Después el Rey David quiso encubrir sus malas acciones tratando 2 veces de que Urías tuviera relaciones con su esposa para que el “Fuera el padre” del bebé que esperaban, pero eso no quedo ahí; pues Urías no hizo nada por honor a sus compañeros que estaban en guerra y al fin David le puso una treta donde fácilmente lo iban a matar; lo mandó al frente de la batalla y lo dejarán solo.
Al final de esto dice la Biblia: Y pasado el luto, envió David y la trajo a su casa; y fue ella su mujer, y le dio a luz un hijo. Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová. 2 S. 11.27
Hay decisiones en nuestra vida que para nada son buenas y sea “inconscientemente” o sea que “sepamos” lo que hacemos nos van a traer consecuencias siempre, muchas veces decidimos pecar sabiendo que eso ofende a Dios, estando bien con Él por un momento de placer, o una avaricia dejamos de lado lo que Dios nos ofrece y nos desviamos a pecar... Pero Dios siempre estará presente en eso y aun sabiendo que para nada le va a agradar a Él. Esta historia de este gran hombre es un capitulo oscuro de su vida, pero Dios está dispuesto a perdonar siempre y cuando tengamos un verdadero arrepentimiento.
David entendió eso, y eso muestra su humanidad y su sinceridad a Dios; se dio cuenta lo grave que estaba haciendo y es ahí donde encuentra la Misericordia de Dios y escribe estas palabras que salieron de lo más profundo de su ser: Dios mío, por tu gran misericordia, ¡ten piedad de mí!; por tu infinita bondad, ¡borra mis rebeliones! Lávame más y más de mi maldad; ¡límpiame de mi pecado! Reconozco que he sido rebelde; ¡mi pecado está siempre ante mis ojos! Contra ti, y sólo contra ti, he pecado; ¡ante tus propios ojos he hecho lo malo!  Eso justifica plenamente tu sentencia, y demuestra que tu juicio es impecable. ¡Mírame! ¡Yo fui formado en la maldad! ¡Mi madre me concibió en pecado! ¡Mírame! Tú amas la verdad en lo íntimo; ¡haz que en lo secreto comprenda tu sabiduría! ¡Purifícame con hisopo, y estaré limpio! ¡Lávame, y estaré más blanco que la nieve! ¡Lléname de gozo y alegría, y revivirán estos huesos que has abatido! No te fijes ya en mis pecados; más bien, borra todas mis maldades. Dios mío, ¡crea en mí un corazón limpio! ¡Renueva en mí un espíritu de rectitud! ¡No me despidas de tu presencia, ni quites de mí tu santo espíritu! ¡Devuélveme el gozo de tu salvación! ¡Dame un espíritu dispuesto a obedecerte! Así instruiré a los pecadores en tus caminos; así los pecadores se volverán a ti. Dios mío, Dios de mi salvación, ¡líbrame de derramar sangre, y mi lengua proclamará tu justicia! Abre, Señor, mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Aún si yo te ofreciera sacrificios, no es eso lo que quieres; ¡no te agradan los holocaustos! Los sacrificios que tú quieres son el espíritu quebrantado; tú, Dios mío, no desprecias al corazón contrito y humillado. SAL. 51. 1-17.

RO.6.23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Dios te siga bendiciendo.

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